Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 22 de noviembre de 2017

música, astronomía y matemáticas


En el día de santa Cecilia, patrona de la música, permítanme hacer unas reflexiones sobre la música, la astronomía y las matemáticas, a partir de un famoso poema que recojo más abajo.

El gran poeta y humanista fray Luis de León (1527-1591) dedicó una oda al maestro Francisco de Salinas (1513-1590), catedrático de música de la universidad de Salamanca, compositor y organista.

En el poema presenta el universo como un "cosmos musical", en el que la armonía y las proporciones matemáticas reflejan la "música de las esferas".

La música del maestro Salinas es un reflejo humano de esa armonía musical del universo y permite pregustar el gozo de la contemplación perfecta del orden universal en la vida eterna.

Cuando Salinas hace tocar los instrumentos, "el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada" (estrofa 1). "El aire" se refiere a la atmósfera, al ambiente, a todo lo que rodea a quien escucha dicha música. Una rara belleza y luminosidad lo envuelven todo porque disponen el ánimo del espectador para que mire a su alrededor con ojos nuevos, dejándose sorprender por la belleza que le rodea.

La "alta esfera" de la que todo brota (estrofa 4), puede identificarse con el "logos" que da sentido al universo, dota de vida al mundo, lo anima, hace de él un bella creación musical.

El "gran maestro" (estrofa 5) que toca la inmensa cítara del universo es Dios, que mantiene todo en la existencia, dotando de hermosura y armonía musical todo lo que ha creado.

Dulcemente se mezclan la música de Dios, que se refleja en la armonía del universo, y la música de Salinas cuando toca el órgano (estrofa 6). Al fin y al cabo, toda belleza creada por el hombre (y particularmente la música) es un reflejo de la belleza del Creador. El arte humano y la creación divina se unen para glorificar al artífice de toda hermosura.

Estos temas fueron desarrollados en la antigüedad por Pitágoras, Platón y Aristóteles, utilizados por los Padres de la Iglesia, y recuperados por los humanistas del Renacimiento, que consideraban que las matemáticas, la física, la astronomía y la música están profundamente relacionadas.

Igual que el tono de la nota de una cuerda está en proporción con su longitud y que los intervalos entre las frecuencias de los sonidos armoniosos forman razones numéricas simples, se pensaba que la distancia entre los planetas y la armonía del universo emiten una música imperceptible a los oídos del hombre, pero que puede ser reflejada en fórmulas matemáticas.

Estos temas también los trató san Juan de la Cruz, al hablar de Cristo como "música callada y soledad sonora" (Cántico espiritual, 14).

Veamos ahora el poema de fray Luis de León:

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!

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